"Una intensa reflexión sobre la condición humana, eso ofrece esta obra en 58 minutos que comienza como el divague de un marginal que de a poco va ofreciendo en un expresivo soliloquio fragmentos de su visión del mundo y de su propia peregrinación. Pero al ir manipulando sus pertenencias — y concretamente al ponerse a cocinar— desemboca en el núcleo más pertinaz de sus recuerdos y ahí nuestro Gassman (Fernando Santiago)desarrolla ante nuestros ojos su tragedia existencial con una intensidad que no admite indiferencia.
Vale revisar aspectos de notable eficacia en la puesta: la caracterización del protagonista, los objetos, los sonidos, el perro, la sala…
Los objetos que rodean al personaje son de una pertinencia contundente porque alguien sin hogar solo puede tener consigo lo indispensable.
Excelente la elección del espacio para esta obra que requiere justo eso, la atmósfera única de un lugar que tiene memoria de teatro en todos sus rincones.
Finalmente una fecha: el 24 de abril, día del genocidio armenio y la pregunta feroz —que por las circunstancias en que los hechos se suelen dar— se hacen algunos sobrevivientes: ¿por qué yo no estoy muerto?. Y viven a sabiendas de llevar una tormenta interior (“yo y mi circo”), un permanente latido que en cualquier momento puede romper en desgarrado alarido.
Los espectadores que en este comienzo de abril con el otoño en la ventana y en la lluvia, en la víspera de otro dos de abril, con tanta herida abierta todavía, sentimos que ese hombre frente a nosotros puede venir de un incendio en un restaurante de Buenos Aires, o del incendio del Belgrano en el Atlántico Sur y el tango Volver y la música armenia y la lucha con ese perro carnicero que es el destino, están en la sala; pero seguro que al salir a la calle miraremos si ese bulto en la esquina no es el hombre que acabamos de conocer."
Nidia Burgos
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